Desde ayer me pregunto lo mismo. La verdad no encuentro en mi vida muchos motivos de queja. Tengo una buena familia, amigos que me acompañan en la vida - algunos de ellos desde hace casi 50 años -, tengo hijas y nietos sanos, de los que me siento orgullosa. Un marido, al que como a muchas mujeres, me costó encontrar pero que desde hace diez años - es el tiempo que estamos juntos -, me hace sentir que la honradez es una palabra aún en uso en nuestra sociedad. Pero... aún con todo esto estoy enojada, y me doy cuenta que el enojo viene de afuera. No es un enojo fruto de acciones de mis seres queridos o de alguna equivocación propia que las debo tener y a montones del afuera. Creo estar descubriendo de qué se trata algo de este estado de ánimo. Estoy cansada. Y lo mío no es un cansancio físico sino moral. Estoy cansada de que me reten desde las más altas esferas del Gobierno todos los días. Cada vez que la Sra. Presidenta se refiere a algún colega que se permite disentir con alguna acción de gobierno me cansa. Estoy cansada, de que desde hace casi 9 años quien no piensa igual en algún tema que se presenta desde las acciones de gobierno, es un enemigo público. Estoy cansada de que jóvenes que llegan a la política, creo que con sus mejores intenciones, sean beneficiados con las remuneraciones que estar cerca del poder otorga sin ninguna escala de valores o con la ley del mínimo esfuerzo. Estoy cansada de recordar sólo a Discépolo por cambalache y no por su ejemplo de vida. Estoy cansada de que al General Manuel Belgrano se lo llame Dr. solamente por esa idea perversa de que todos los militares de nuestra historia fueron genocidas como los asesinos del golpe del 76´. ¿Sabe una cosa Sra. Presidenta? Yo también fui de los imberbes que como dice Osvaldo Pepe en Clarín - en respuesta a su acusación vergonzosa de ayer - (y digo esto porque su investidura la obliga a estar informada) me quedé en la Plaza. Yo fui de los imberbes que con nuestras monedas lográbamos imprimir con la ayuda de esténciles los discursos del Gral. No lo llamamos Don Juan Domingo, le decimos General. Nunca pedíamos a cambio ningún cargo, estudiábamos Conducción Política, leíamos a Chesterton y a cuanto autor por él fuera mencionado. Lloramos a cada uno de nuestros amigos desaparecidos a partir del 76´ y muchos, con nuestros pequeños hijos a cuestas, debíamos mudarnos a cada paso para resguardar nuestra vida. No todos los de mi generación fuimos peronistas en mi colegio Nacional de Buenos Aires. Algunos, al mismo tiempo que yo, comenzaron a abrazar las ideas de un joven abogado de Chascomús. Pero no lo repudiaban a Balbín por eso. Otros pensaban que Marx traía la solución de las disparidades. Pero ninguno reivindicó nunca a Hitler. Ninguno de los que convivíamos en la disparidad, buscando en esas discusiones en los bares como La Paz o los 36 Billares, convencer al otro de que nuestra ideología era la mejor para el país que soñábamos. Mientras tanto, el tiempo nos alcanzaba para leer a Sartre, a Simón de Beauvoir y soñar con esa historia de amor. Hicimos lo que pudimos, pero muchos de los que no éramos judíos acompañamos a nuestros compañeros de aula en el dolor que les provocaba a sus familias la Guerra de los Seis Días, y juntábamos donaciones, y los acompañábamos a Bet-El. Y consolábamos también a otros cuyos apellidos eran de raíz árabe porque nuestra amistad, nuestra educación y nuestras familias nos habían enseñado a convivir en la complementaridad. Estoy enojada, porque estoy cansada Sra. Presidenta, de que todos los días tenga un motivo para retarnos a los que en algún tema, o en dos o en muchos no pensemos y actuemos como usted. Carolina Perin |