25 de Abril de 2011 | 14:20
Sai Baba, en primera persona: el "hombre" que materializaba cosas.
Un mendocino que es parte de MDZ cuenta en esta nota sus impresiones personales, tras haber estado con Sai Baba, hace 25 años. Un testimonio en primera persona.
Conocí a Sai Baba, Swami, como le decían cariñosamente sus seguidores, en 1984. Hace más años de los que me gustaría.
Puedo contar solo algunas cosas de mi increíble experiencia con Baba. A la mayoría, las guardo en mi corazón y en mi mente y resultan, por lo tanto, intransferibles.
A diferencia de lo que parece, era un hombre de físico pequeño que todos los días salía por la mañana y por la tarde a estar en contacto con sus discípulos, en una ceremonia que se llama darshan.
Para los hindúes, la sola presencia de un maestro es un hecho importante.
Debo decir que la ceremonia era francamente maravillosa y sobre todo en aquella época en que éramos muchos menos que ahora. Antes que saliera Swami, los cientos de fieles cantaban unos magníficos cantos devocionales –bajhans- esperando la aparición de este ser distinto y especial.
Durante el darshan Baba recibía cartas, parecía movilizar la energía del lugar con los movimientos de sus manos, invitaba a algunos fieles a entrevistas particulares y cada tanto materializaba distintas cosas, desde vibhuti, una tradicional ceniza hindú hasta japamalas y otros regalos para algunos fieles.
Sí, dije materializar.
Con un movimiento de su mano materializaba -hacía aparecer de la nada- distintas cosas que siempre eran regaladas a los fieles.
Sé que este ha sido un tema polémico, pero la verdad que no es tan importante ni tan polémico para mí.
Hubo gente que ha perdido el tiempo tratando de demostrar que las materializaciones eran juegos de magia. Baba las hacía casi como un juego, pero no de magia, y varias veces al día.
Mi hermana -como cientos más- guarda en su casa (y más aún en su corazón) un lingam (huevo que representa el origen del universo en la tradición hindú) que le materializó Baba delante de sus ojos y a centímetros de distancia.
Yo pude ver muchas materializaciones también a distancias mínimas, de muy pocos centímetros. En aquel, mi primer viaje a la India, con mi cuñado –un médico más escéptico que yo- ¨nos cansamos¨ de ver materializaciones.
Después de cinco días de estar obsesionados con las materializaciones y mirarlas por todos los lados posibles, nos rendimos ambos. Llegamos a la conclusión que el hombre efectivamente lo hacía y que mejor dedicábamos nuestro tiempo a disfrutar y conocer el resto de las cosas.
Y lo que vimos fue impresionante. En aquella India previa a la revolución tecnológica, el 80% de la población vivía en aldeas en condiciones increíblemente pobres. La Fundación de Sai Baba se dedicaba principalmente en cada aldea a potabilizar el agua para evitar el cólera y a fundar escuelas. En Puthaparti, en particular, había escuelas primarias, secundarias y universidades así como hospitales de primer nivel tecnológico. Una isla de civilización en aquel océano de enfermedad, pobreza e ignorancia.
¿Qué proclamaba Baba? Que había un solo Dios, que todas las religiones eran igualmente validas para llegar a ese único Dios y que el camino para alcanzarlo era el amor. No pedía a la gente que se hiciera devota de él. Pedía a cada uno que siguiera y profundizara su propia religión y buscara allí los fundamentos reales de su fe.
Frente a su obra y su mensaje, el tema de las materializaciones es definitivamente menor.
¿Materializar cosas lo convierte en un Dios como él afirmaba ser? Para mí, no. En mi opinión, lo convierte en un ¨hombre que materializaba cosas¨ y las regalaba. ¿Para qué? El decía que simplemente como un juego y para llamar nuestra atención. ¿Cómo lo hacia? No tengo la menor idea. Usaría un 20% de su cerebro en vez del 10% que usamos habitualmente nosotros (en mi caso ya debe ir por un 9% o un 8%).
Muchos millones en la India y en el resto del mundo sí creen que Baba era un Dios. Yo los respeto profundamente, igual que a todos los creyentes, pero no lo comparto. Mas aún el mismo decía que la diferencia entre él y nosotros es que ¨todos éramos Dios pero nosotros no nos dábamos cuenta¨.
Lo importante es que con sus juegos, sus contundentes obras y su mensaje de amor mejoró la vida de millones de personas dentro y fuera de la India.
De aquellos viajes, del contacto con la gente India y especialmente de mis semanas en el Ashram de Sai Baba guardo recuerdos entrañables. De un hombre excepcional -o un Dios amoroso- que sin duda trabajo incansablemente por la humanidad.
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